Suena nueva la antigua palabra con el genio del idioma, trabajosamente en “la usina líquida de su alma”, la palabra se rehace. Cuando hablamos se convocan ancestrales sonoridades, somos nosotros y todos en el relato frente al fuego de los árboles. Vamos al centro de nuestro ser; vivo, diverso y cambiante; un ser aceptado, negado y contradicho. Por eso la insurrección de los hechos, como diría Manuel Astica Fuentes, nos libera, nos confronta, nos define. Estos relatos continúan en sus giros conectando el acto de la palabra a sus consecuencias. De extinguirse la palabra se disgrega el universo, se atomiza como una diáspora en cuerpos sin sombras. Por eso resiste el verso cuando la palabra no es libre y vuelve a su latido, a su respiro original, solitario como un grito en la noche oscura del bosque. Por eso en las cavernas quedan rastros, antiguos signos, residencias y resistencias, por eso nacen nuevos textos, nuevas voces que hacen el alquímico viaje hacia nuevos horizontes que quedan resonando entre nosotros. El sentir de lo que dice la palabra, es una convicción estética, es el lugar menos esperado, el momento más inoportuno. La palabra es la propia necesidad de transformarse para poder interpretar, traducir o intuir el mundo que nos da certidumbres y nos transforma hasta la eternidad. Hoy el poeta es un aliado de las causas perdidas, de los penitentes, arrasados, de los postergados en las nuevas colonias, sometidos, consumidos, humillados, discriminados, explotados, de los que viven las consecuencias de la avaricia sin límite de nuestro tiempo. Todavía y hoy especialmente más que nunca es tiempo de fundar nuevos mundos. El poeta es el fuego que trabaja rigurosamente en la inmensidad del bosque, la poesía un destello que ilumina la palabra, no es una ilusión, es su última verdad.
Tercera Plática, La Antigua Palabra, Caballero de la Aurora Pláticas en la Quebrada Elías. 2022.